La muerte es con frecuencia un tema tabú, del que incluso se considera socialmente morboso hablar. Esta actitud es parte de las que el atávico miedo a la muerte desencadena en todas las personas y que van desde la negación hasta la ansiedad. Sin embargo, la muerte, como el nacimiento, no es sino una parte de la existencia, de la vida, algo que necesariamente ocurrirá. Es importante saberlo y contar con ello, y prepararse para afrontar ese momento con la mayor serenidad posible.
Aprender a morir supone, además, aprender a vivir intensamente. Enfrentarnos a nuestra propia mortalidad hace que se le dé otro valor al tiempo de vivir, que se relativicen las pérdidas y los fracasos, se superen apegos y se trasciendan mezquindades, se disfrute más el momento presente y se derroche menos tiempo en cosas sin importancia; nos ayuda a valorar más a los seres queridos, nos revela hasta qué punto la vida es corta y se puede perder en el momento más inesperado y nos enseña así a apreciar cada instante…
El Yoga nos ayuda en esta preparación y aprendizaje, proporcionándonos herramientas para superar el temor a la muerte. Nos dice Patañjali en los Yoga Sutras que el temor a la muerte, o su otra cara, el apego a la vida (abhinivesha) es una de las causas de aflicción (kleshas) que afectan al ser humano y perturban el equilibrio de la consciencia –YS II.3-, y que la fuente de toda aflicción es la ignorancia (avidya), la falta de auténtico conocimiento –YS II.4-, consistiendo tal ignorancia en confundir lo transitorio con lo permanente, lo impuro con lo puro, el dolor con el placer y lo que no es el sí-mismo con el sí-mismo –YS II.5-. Y que la práctica del Yoga reduce o atenúa los kleshas -YS II.2-.
Y es que la ansiedad que sentimos a lo largo de nuestra existencia física en torno a la experiencia de la muerte tiene que ver con esa ignorancia, con la falsa creencia de que somos eso que vemos reflejado en el espejo, y “eso” se lastima, se hiere, se arruga y desaparece vitalmente. Es, por tanto, el ego (como el hábito de identificarnos con nuestro cuerpo, nuestros pensamientos y nuestras emociones) lo que nos hace sentir temor a la muerte. Y es el ego, es decir, la ilusión de una identidad individual, junto con los apegos y rechazos derivados de éste, lo que nos hace sufrir; sencillamente porque la principal característica del mundo es la impermanencia, el cambio, la fugacidad, la muerte.
Puesto que son la ignorancia y los apegos los que someten la mente a la esclavitud, alimentan el ego y nos hacen concebir la muerte como atroz, si consiguiéramos desidentificarnos de la estructura psicofísica, superar el apego y establecernos en la consciencia testigo, no sentiríamos el menor temor ante la idea de morir. Cuando no hay apego, ni avidez, ni identificación con la propia personalidad, la muerte resulta infinitamente más fácil.
Pues bien, Patañjali nos dice que el Yoga ayuda a conocer el funcionamiento de la mente y a controlarla; y declara que cuando logramos suprimir las modificaciones de la mente, nos establecemos en nuestra naturaleza original –YS I.2 y I.3-, de forma que podemos separarnos de esas falsas identificaciones.
Puesto que al morir estaremos a solas con nuestra propia mente, todo dependerá de lo que hayamos hecho de ella en vida. Por ello, lo más importante de nuestra práctica será tratar de conquistar la ecuanimidad, esa energía de claridad, precisión y cordura que consiste en aceptar las cosas y los acontecimientos como son, sin reacciones desmesuradas y neuróticas. La ecuanimidad es la firmeza de ánimo ante el placer y el dolor, lo agradable y lo desagradable, el encuentro y el desencuentro, el halago y el insulto… No consiste, ni mucho menos, en ser insensible, sino en tener firmeza, comprensión, aceptación, no resistencia ante lo inevitable, capacidad para adaptarse, fluir y soltar. La ecuanimidad se encuentra más allá de la identificación, y proporciona la visión pura, sin apego ni aversión.
Cuando se refiere expresamente a los medios para minimizar y erradicar las causas de aflicción, Patañjali nos habla de seguir el proceso de involución (prati prasava) –YS II.10-, que es el camino de la renuncia, de vairagya; y de recurrir a la meditación (dhyana) –YS II.11-.
Y es que meditar ayuda a lograr una actitud equilibrada y ecuánime de la mente. Y meditar es también como una pequeña y serena muerte, en cuanto que vamos más allá del ego y nos desconectamos de todo lo externo, debilitando las ataduras con el cuerpo y logrando una paz interior que nos será de utilidad en cualquier circunstancia adversa. La meditación nos ayuda a establecernos en nuestro propio punto de quietud interior, donde no hay ego, ni memorias, ni proyecciones, sino una total quietud en el aquí y ahora (y así: sin juzgar, ni medir, ni comparar, sin aceptar ni rechazar, sin clasificar ni dividir…).
Realizando este trabajo interior previo y adiestrándonos en la meditación, podemos prepararnos para afrontar la muerte con mucha serenidad. Para ello debemos, diariamente, cultivar la quietud interior, la ecuanimidad y el desasimiento. Adiestrarnos en la quietud ante las contrariedades vitales y las circunstancias adversas nos va preparando para momentos más penosos. Porque en ese punto de quietud el miedo a la muerte no logra hacer presencia. En ese espacio inespacial e intemporal no hay un “yo” que pueda sentirse amenazado, ni siquiera por la muerte.
Aquestes paraules estan plenes de saviesa i són una gran veritat. Gràcies per compartir-les amb tothom. http//:lavalldelespiritualitat.wordpress.com